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lunes, 21 de junio de 2010

Tiempo de cerezas


Ella fué por un tiempo mi laotong. La casualidad hizo que nos conociéramos un verano. Teníamos 14 años y en Octubre las dos iríamos a un nuevo colegio y seríamos compañeras de curso.

Nos hicimos inseparables, como dos cerezas unidas. Ibamos a clase juntas, ocupábamos pupitres contiguos, salíamos de clase juntas ¿te acompaño? ¿me acompañas? y enzarzadas en la conversación de turno íbamos del colegio a su casa, de su casa a la mía y viceversa, en una conversación inagotable que incluso nos llevaba a fingir la existencia de unos deberes que sólo entre las dos podíamos llevar a cabo y a solicitar de nuestros padres quedarnos a dormir en cualquiera de las dos casas. Si no nos dejaban, nos llamábamos por teléfono nada más llegar y seguíamos con la conversación hasta que alguno de nuestros padres colgaba. Por supuesto, los fines de semana también los pasábamos juntas.

Nos conocimos en el parque dónde mi pandilla jugaba todos los días. Ese mismo verano las dos compartimos el gusto por el mismo chico. No había competitividad entre nosotras. Pronto nos supimos su vida y constumbres de pe a pa. No nos planteábamos con ese chico relaciones más allá de la amistad, porque eran otros tiempos y sólo teníamos 14 años.

Mi laotong razonaba con la cordura de alguien de más edad; que le gustáramos y que nos gustara era una cosa, comprometernos otra. Y así fué transcurriendo ese verano, entre le he visto y me ha mirado, me han dicho que le gustamos las dos, si vieras lo guapo que estaba hoy, ¡que mirada tiene!, risas, sonrojo cuando nos miraba, miles de ciempiés en el estómago cuando se acercaba.

Cómo no estar colgadas del teléfono todo el día, si teníamos tanto de qué hablar. Nos contabamos nuestras emociones y sentimientos minuto a minuto a la vez que descubríamos un mundo nuevo de atracciones y deseos.

- Me acabo de enterar, dijo mi laotong con cara de circunstancias, se va a estudiar fuera.

- Cuándo? dónde? qué?

¡Que tristeza! nuestro chico se iba a pasar tres años fuera. Todo fué tan rápido que no nos dió tiempo a despedirnos, pero él le dejó una nota a otro chico para que me la diera. La nota decía que le escribiéramos y nos dejaba su dirección. Mi laotong dijo no. Dijo:- Yo no le escribo, ha dejado la nota a tu nombre, quiere que le escribas tú.

- Y qué le digo? Cómo empiezo la carta? y si se enteran nuestros padres? ¡Ayúdame tú!

Y manos a la obra barajamos todos los encabezamientos posibles. Al final se quedó en un Querido amigo: .- Te ha visto la profe escóndela...pero ya era tarde . ¡Buf! qué mal rato, qué malos días pasamos esperando que de un momento a otro llamaran a mis padres. Mi laotong y yo incrementamos las largas horas de charleta buscando estrategias a seguir cuando aquello fuera vox populi y ambas familias se enteraran. Pasaron los días y no sucedió nada, pero aquello redujo a cero las ganas de volverlo a intentar.

Conocimos a una nueva pandilla y rara vez volvimos a hablar de aquel niño en los años siguientes, aunque capaces de dominar los sentimientos futuros prometimos que no nos volvería a gustar el mismo chico.

Habíamos quedado para estudiar juntas y mi laotong llegó a casa llena de entusiasmo, de carmín, colorete y rimel.-¡Venga arréglate, nos vamos al centro!, me han dicho que ha venido P, seguro que le encontramos en el paseo.

¡Qué nervios otra vez! ¡qué le diríamos? cómo romper el hielo? cómo sería ahora? nos sudaban las manos, teníamos el corazón en la boca y habían vuelto los miriápodos al estómago.

El paseo, como siempre, era un hervidero de gente. Un ir y venir de un extremo a otro de la calle. Había pocas cafeterías en aquella época , aún se veía mal que las mujeres entraran en ellas y nosotras sólo teníamos 17 años, por lo que si el género femenino paseaba el masculino también lo hacía.

En realidad, nosotras no paseábamos, caminábamos deprisa mirando a todos los lados a ver si lo veíamos.

- Pasa por la otra acera!!! no mires que no se de cuenta que le miramos...

- ¿Qué hacemos? pregunté.

Ideamos un plan. Esperaríamos 10 minutos, más o menos el tiempo que tardarían en volver, nos cambiaríamos de acera y "tranquilamente" nos mostraríamos sorprendidas al verle.

¡Ahí vienen! te has fijado? parecía que iba a ser más alto y es menos guapo de lo que prometía, comentabamos entre dientes mientras nos acercábamos. Y además parece un imberbe! de dónde sacamos esta palabra no lo recuerdo, pero para nosotras imberbe no sólo era no tener barba sino que era alguien fofo, poco varonil y eso era lo menos de lo menos. Y a pesar de estos comentarios estabamos tan nerviosas que no nos salían las palabras.

Iba acompañado por otro chico invisible. Pusimos cara de sorpresa y le saludamos con una sonrisa y un apretón de manos. Correspondió a nuestro saludo con una vocecilla afeminada, pelín chillona y una risita nerviosa. Yo sabía lo que mi laotong estaba pensando y ella lo que pensaba yo. Enrojecimos como cerezas maduras. Y nos despedimos rapidamente como quien tiene que ir a apagar un fuego. - Ahora que estás aquí ya nos veremos más a menudo...

Cuando la distancia fué la suficiente nos explayamos a gusto. ¡Pobre chico! En lo sucesivo cada vez que le vimos invertimos la estrategia, hicimos todo lo posible para que él no nos viera.

Así era el tiempo de cerezas, descubríamos el mundo de los adultos. Leíamos a Somerset Maugham, Francois Mauriac, Dostoievski y tantos, tantos otros autores...discutíamos sobre lo divino y lo humano, nos cuestionabamos la existencia de Dios y sin embargo aún estaban los Cuentos de Hadas sobre la mesita de noche y el estereotipo de Príncipe Azul en nuestras cabezas.

sábado, 12 de junio de 2010

Laotong



Desde que tengo consciencia y memoria siempre he deseado tener un laotong, un alma gemela, alguien en quien confiar y a quien contar alegrías y penas, mi otro yo.

En algún lugar remoto de China, en el seno de aquellas familias que vendaban los pies a sus hijas para conseguirles un casamiento favorable, también se les buscaba un laotong, otra niña que tuviera afinidades y que fuera su alma gemela de por vida. Tanto de buscar esposo como de buscar laotong se encargaban las casamenteras.

No tuve hermanas, por lo que traté de buscar en la amistad alguien que fuera tan paciente conmigo como para escucharme y comprenderme en una relación de reciprocidad. Nunca encontré ese laotong que te acompaña toda la vida y nunca fuí yo laotong de nadie.

Mis confidentes lo fueron temporalmente. Alguien en mi niñez, Otra que sustituyó a Alguien en mi adolescencia y poco más. Siempre busqué a mi alma gemela, encontré amigos a los que hice alguna confidencia, encontré papel en blanco para llenar con ellas, encontré un ordenador personal donde archivar vivencias, opiniones, recuerdos y sentimientos pero nunca un laotong que me acompañara toda la vida, ni siquiera la mitad de mi vida. Nunca una persona con la que no tener reservas y que siempre estuviera en mi corazón y yo en el de ella.

A veces me pareció haberlo encontrado, confieso que para esta labor siempre confié más en hombres que en mujeres y sin embargo siempre el alma de las mujeres caló y comprendió mejor mi propia alma. Las mujeres siempre supieron entenderme mejor, y yo a ellas, pero la intuición femenina rara vez va unida a la discrección y a la constancia, por eso para el oficio de laotong yo hubiera preferido hombres. No los encontré.

Un laotong nunca debe ser un marido, nunca las personas que conviven contigo, tampoco las personas cercanas, las que tienen arte y parte en lo que te sucede, nunca serían parciales y objetivas a la hora de escucharte y aconsejarte. Un laotong tiene que ser alguien alejado de tu entorno porque es de tu entorno del que a veces necesitas huir y desahogarte.

Alguna vez me pareció haber encontrado a esa persona, pero la percepción que tienes sobre las personas dificilmente coincide con la realidad y tampoco coincide la percepción que esas personas tienen respecto a ti, a mi en este caso. Es decir, con frecuencia vuelcas tu amistad, tu cariño, tus deseos o expectativas y recibes menos de lo que das. Y es que cuando buscas a alguien que ejerza de alma gemela encuentras personas que no te buscan a ti o personas que buscan en ti de todo menos un alma gemela.

Y así fué transcurriendo mi vida, aconstumbrándome a guardar para mi misma las sensaciones más íntimas y los pequeños y grandes problemas. Aconstumbrándome poco a poco a no sentir la necesidad de desahogarme, de pedir ayuda cuando la necesito. Haciendome fuerte y construyendo mi propia muralla, hasta el punto de no buscar ya ningún laotong, de no necesitarlo.

me hubiera gustado...