Caía la tarde, el sol doraba aún más el paisaje...la atmósfera era cálida y aún trinaban los pájaros buscando acomodo en los árboles. Desde la casa, sentada en el porche miraba ensimismada la puerta del fondo del jardín. Alguna vez me había atrevido a llegar hasta ese lugar, incluso alguna vez había curioseado a oscuras el interior. Una habitación cuadrada, vacía sin nada dentro...tan sólo una mesa y dos sillas en el centro.
Estaba sóla en la casa y decidí llegarme hasta allí y mirar con detenimiento. Cogí una cena frugal, un poco de fruta y un vaso de leche. Abrí la puerta y la dejé abierta para que entrara la luz. Posé mi cena sobre la mesa y giré la cabeza en redondo escudriñando con la mirada la habitación. A mi lado a la derecha, un fogón de azulejos blancos con un escurreplatos y media docena de platos todos diferentes. Las otras tres paredes estaban recubiertas de paneles de madera de color roble..
Me acerqué un poco más y empujé lo que parecía ser un armario. Dentro había unas cuantas perchas con vestidos de vivos colores, quién había podido dejar esos vestidos ahí? o tal vez alguién vivía allí.
Al fondo descubrí otra puerta que abrí...daba a una calle por la que yo nunca había transitado. Era un camino polvoriento, flanqueado por casitas similares a la que yo tenía tras de mi. En la primera de ellas, en un pequeño jardín, una señora hindú con sari largo daba la mano a una niña, ambas volvieron la cara para mirarme. Yo no podía ver sus caras porque el sol se estaba terminando de meter por detrás de ellas. Les pregunté si sabían quién vivía en esa casita. La niña respondió:- una chica jóven, la madre no dijo nada, puede que no entendiera mi idioma... Bajé por la calle y seguí preguntando a todos los que me encontraba al paso, nadie supo decirme quién vivía en aquella casita que cada vez quedaba más lejos. Era muy extraño puede que hubiera un pacto de silencio, si la niña hindú la había visto era imposible que el resto no la viera.
El sol finalmente se puso, la oscuridad poco a poco fué total, quise volver, de pronto tomé consciencia de que había violado la intimidad de alguien, me sentía como ricitos de oro, la niña del cuento de los tres ositos. Había entrado en una casa y lo que es peor había dejado mi vaso de leche y mi fruta sobre la mesa. Sentí pánico de ser descubierta. Quería volver pero ya me había pasado otras veces en otros lugares, cuánto más intentaba volver más me alejaba, la angustia se apoderaba de mi a cada paso que daba, a la derecha, luego a la izquierda, otra vez a la derecha...ya no había nadie en el camino y tampoco había casas, nadie a quien preguntar como volver....
A lo lejos pude ver las bombillas amarillas de un suburbio de no sé cuál ciudad....